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mayo 15 de 2017
Para el Día del Educador

Mis buenos amigos y colegas en la labor de educar

Si en verdad buscamos el verdadero bien del alumnado y queremos hacerles el mayor bien posible, debemos recordar que en la clase y en el colegio o escuela, estamos remplazando a  los papacitos de ellos y que nuestro deber es tratarlos con el afecto de verdaderos padres. 

Una gran verdad.  Muchísimas veces durante mi vida he tenido la ocasión de convencerme de esta gran verdad: que es más fácil enojarse  que aguantar con paciencia.  Menos trabajoso amenazar al joven que tratar de convencerlo de lo que debe hacer o evitar.  Y para nuestra impaciencia y orgullo resulta más cómodo castigar a los rebeldes que tratar de corregirlos por las buenas, y soportarlos con firmeza y suavidad a la vez. 

Tengamos cuidado para que nadie pueda pensar que nos estamos dejando llevar por nuestro mal genio.  Es difícil al corregir y castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que en  nadie pueda surgir la duda de que obramos solo por hacer prevalecer nuestra autoridad o por desahogar nuestro mal humor. 

Tratemos como a hijos muy amados a aquellos sobre los cuales tenemos que ejercer la autoridad. Pongamos a su servicio a imitación de Jesucristo el cual no vino a ser servido sino a servir humildemente a los demás.   Avergoncémonos  de todo lo que pueda tener apariencia de dominio o despotismo.  Si ejercemos autoridad sobre ellos debe ser para lograr servirlos mejor y hacerles mayor bien. 

Este era el comportamiento de Jesús con los apóstoles;  se mostraba paciente con ellos a pesar de que eran ignorantes, toscos, rudos, tardos para aprender y a veces hasta poco fieles.  Otro tanto hacía con los pecadores, de manera que se presentaba ante ellos como un amigo comprensivo que desea su cambio y conversión de manera que sin humillarlos obtenía que se arrepintieran de los errores pasados  y empezaran una vida nueva de convertidos.  Esto escandalizaba a los fariseos, pero en cambio los pecadores al oírle que no había venido a buscar justos sino pecadores y que por ser médico del alma buscaba enfermos espirituales para curar, acudían a Él con la esperanza de obtener el perdón y la reforma de su mal comportamiento.    Jesús nos dice: Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón. 


Tratemos a los educandos como si fueran hijos nuestros, y por tanto, cuando los corregimos esforcémonos por no hacerlo con ira, o por lo menos dominarla de tal manera que externamente no aparezcamos airados o malgeniados.

Mantengamos siempre sereno nuestro espíritu.  Evitemos el desprecio en nuestro modo de mirar, y toda palabra hiriente, ofensiva o humillante.  Aunque sean pobres tienen su amor propio y sienten mucho cualquier humillación.  

La educación debe componerse de 50% de corrección y 50% de animación.  La gente joven necesita mucho que se le anime  y se le recuerde que puede llegar a ser mejor y que tiene en su personalidad valores inmensos que si los cultiva puede traer éxitos incontables. 

Despertemos en la juventud una constante esperanza en el futuro. Dios no creó a nadie para el fracaso sino para el éxito. Pero para triunfar es necesario pagar el precio, o sea prepararse debidamente. La ocasión no busca sino a los que están preparados para triunfar. Si alguien se prepara debidamente, el día menos pensado Dios le suscitará una ocasión, quizá imprevista y encontrará el camino que le llevará al éxito. Pero si se ha preparado bien.

En los casos en los cuales parece que ya son incorregibles, siempre resulta mucho mejor rogar a Dios con humildad, para que Él que es todo poder y toda bondad los vaya transformando. Pero jamás, de ninguna manera dedicarnos a lanzarles un torrente de palabras humillantes y ofensivas, porque estas no les hacen quizás ningún provecho, pero sí pueden suscitar rencor y enemistad.

No olvidemos nunca lo que decía San Francisco de Sales: <<Mas moscas se logran cazar con una cucharada de miel que con un barril de hiel>>

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